Mujeres de fe que caminaron de la mano de Dios fueron mujeres que marcarón la diferencia .
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jueves, 16 de abril de 2015
Lea mujer no amada por su marido
Lea, una mujer
no amada por su esposo Cuando hablamos del matrimonio, es buen o regresar al comienzo mismo, donde empezó todo: «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Gn. 2:18). Una vez hecho eso, el autor del Génesis nos dice: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (v.24). Seguro recuerda la historia. Adán estaba solo y Dios dijo: «No es bueno.» Para que Adán fuese totalmente consciente de lo solo que se encontraba, Dios organizó un desfile de todos los animales para que pasaran fr ente al único ser humano que había en la tierra y le recordasen que él no tení a contraparte en el universo. Adán necesitaba alguien con quie n compartir la vida. Él fue creado para tener una relación. Solo, Adán era solamente la mitad de la historia. Por eso Dios creó a Eva y se la llevó. Entonces todas las piezas quedaron en su debido lugar para formar un matrimonio magnífico. El hombre y la mujer tenían una situación ideal. Fueron creados a la imagen de Dios y Él los colocó en un jardín donde tenían un trabajo desafiante que hacer, sin fatiga ni tensiones. Pero ya sabe lo que pasó despué s. Pasó algo que tuvo que ver con un mandato de Dios, un pedazo de fruta y una decisión . De esa decisión surgió la alienación: alienación de Dios el Creador; alienación de la naturaleza, que ahora los gobernaría a ellos, los fatigaría y a la larga los absorbería; alienación mutua porque la confianza dio paso a la culpa, y la igualdad, a la jerarquía; y finalmente, una alienación interna porque cada uno de ellos se convirtió en una guerra civil ambulante. Estaban divididos entre sus esperanzas y sus temores, y vacilaban entre su necesi dad fundamental de relacionarse y su resentimiento por tener que pagar el costo de esa relación. Se habían convertido en personas imperfectas que vivían en un mundo caído. Sólo seis generaciones después de Adán y Eva, la perfecta relación entre un hombre y una mujer había dado paso a la poligamia. Génesis 4:19 nos dice que Lamec se había casado con dos mujeres, Ada y Zila. La relación de una sola carne, una unidad que no sólo es física sino mental, emocional y espiritual, ya no era posible para un hombre que adquir ía esposas de la misma forma en que adquiría ganado, ovejas u oro. En Génesis 29 conocemos a dos mujeres: Lea y su hermana Raquel, esposas rivales en una relación polígama. Raquel, la más joven, era la niña de los ojos de su esposo. Lea no era amada. ¿Cómo vive una mujer con un hombre que no la ama? Examinar la vida de Lea puede ayudarnos a contestar esa pregunta. Primero conocemos a Lea como instrumento del engaño de otra persona. Jacob había engañado a su hermano Esaú po r su primogenitura y había huido de Canaán a la tierra de sus antepasados. Fue a la casa de su tío Labán, hermano de su madre. Labán lo invitó a vivir con él y a trabajar para él. Veamos la historia tal y como se desarrolla en Génesis 29: Y Labán tenía dos hijas: el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel. Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer. Y Jacob amó a Raquel, y dijo: Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor. Y Labán respondió: Mejor es que te la dé a ti, y no que la dé a otro hombre; quédate conmigo. Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba. Entonces dijo Jacob a Labán: Dame mi mujer, porque mi tiempo se ha cumplido, para unirme a ella. Entonces Labán juntó a todos los varones de aquel lugar, e hizo banquete. Y sucedió que a la noche tomó a Lea su hija, y se la traj o; y él se llegó a ella. Y dio Labán su
sierva Zilpa a su hija Lea por criada. Ve nida la mañana, he aquí que era Lea; y Jacob dijo a Labán: ¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado? Y Labán respondió: No se hace así en nuestro lugar, que se dé la menor antes de la mayor. Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el se rvicio que hagas conmigo otros siete años. E hizo Jacob así, y cumplió la semana de aquélla; y él le dio a Raquel su hija por mujer. Y dio Labán a Raquel su hija su si erva Bilha por criada. Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años (29:16-30). Probablemente el primero que le dé pena sea Jacob. Después de todo, un trato es un trato. Él hizo un trato por Raquel, no por Lea. Pero Jacob había sido bastante tramposo también. Había engañado a Isaac, su padre, el cual era ciego, e hizo trampa a su hermano Esaú. O sea que no es que no tuviera culpa ninguna. Sin embargo, nos da pena Jacob. Después de siete años de trabajo pasó por todas las festividades tradicionales para celebrar su boda con Raquel. Esperó en la oscura tienda a que le entregasen a su esposa , en la penumbra vio entrar a una mujer bien cubierta con un velo, y asumió qu e era Raquel. ¡Qué impacto debe haber sentido a la mañana siguiente cuando de scubrió que la poco atractiva Lea había sustituido a la hermosa Raquel! Es fácil concentrarse tanto en sentir lá stima por Jacob que nos olvidemos de lo que debe haber sentido Lea a la maña na siguiente. Algunos comentaristas especulan diciendo que Lea también habí a estado enamorada de Jacob durante esos 7 años, y que estuvo di spuesta a ser cómplice de la treta de su padre. No hay nada en el texto que confirme eso. Independientemente de que haya ido esa noche a la tienda de Jacob como cómplice voluntaria o como hija obediente a su padre, no pudo haber estado muy emocionada a la mañana siguiente cuando Jacob hizo una escena con su suegro Labán. Si Lea había esperado alg una vez el amor de Jacob, si alguna vez se había atrevido a pensar que podía competir con su hermosa hermana, todas sus ilusiones se desvanecieron cuando Jacob mostró su enojo por el engaño. Lea no era amada, ni deseada, ni buscada. Y una semana más tarde fue desplazada cuando Jacob tomó a Raquel para sí. Dudo que haya muchas mujeres hoy día que se hayan casado bajo las mismas circunstancias que Lea. Pero el engaño, de una u otra forma, ha sido parte de muchos noviazgos. Si está casada y pien sa en su propia boda, ¿obtuvo lo que creía que iba a obtener? ¿O se sintió enga ñada por su pareja en alguna forma? La vida puede parecer ciertamente desoladora cuando el engaño y la desilusión estropean desde el principio la relación más importante de nuestra vida. Vivimos en un mundo pecaminoso y construimos relaciones con personas pecadoras. Llevamos nuestra propia maldad a esas relaciones. No es de extrañarse que surjan el engaño y la desilusión. En los versículos 31 y 32, esta triste historia de la no amada Lea cambia de rumbo: «Y vio Jehová que Lea era menospre ciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril. Y concibió Lea, y dio a luz un hijo...» Dios no ignoraba la situación de Lea. Vio el dolor en su corazón e hizo algo al respecto. Le pe rmitió dar un hijo a Jacob. El Dios soberano vio la ne cesidad de Lea y actuó para satisfacerla. Y de paso estaba llevando a cabo su plan para Ja cob y sus descendientes, que incluía la manera en que enviaría a Jesucristo , el Mesías y Redentor, al mundo. Una de las limitaciones de Lea era que no era precisamente una candidata al certamen de Miss Mesopotami a, y tenía una hermana que sí lo era.
Raquel era Lea, una mujer no am ada por su esposo Cuando hablamos del matrimonio, es buen o regresar al comienzo mismo, donde empezó todo: «Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Gn. 2:18). Una vez hecho eso, el autor del Génesis nos dice: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (v.24). Seguro recuerda la historia. Adán estaba solo y Dios dijo: «No es bueno.» Para que Adán fuese totalmente consciente de lo solo que se encontraba, Dios organizó un desfile de todos los animales para que pasaran fr ente al único ser humano que había en la tierra y le recordasen que él no tení a contraparte en el universo. Adán necesitaba alguien con quie n compartir la vida. Él fue creado para tener una relación. Solo, Adán era solamente la mitad de la historia. Por eso Dios creó a Eva y se la llevó. Entonces todas las piezas quedaron en su debido lugar para formar un matrimonio magnífico. El hombre y la mujer tenían una situación ideal. Fueron creados a la imagen de Dios y Él los colocó en un jardín donde tenían un trabajo desafiante que hacer, sin fatiga ni tensiones. Pero ya sabe lo que pasó despué s. Pasó algo que tuvo que ver con un mandato de Dios, un pedazo de fruta y una decisión . De esa decisión surgió la alienación: alienación de Dios el Creador; alienación de la naturaleza, que ahora los gobernaría a ellos, los fatigaría y a la larga los absorbería; alienación mutua porque la confianza dio paso a la culpa, y la igualdad, a la jerarquía; y finalmente, una alienación interna porque cada uno de ellos se convirtió en una guerra civil ambulante. Estaban divididos entre sus esperanzas y sus temores, y vacilaban entre su necesi dad fundamental de relacionarse y su resentimiento por tener que pagar el costo de esa relación. Se habían convertido en personas imperfectas que vivían en un mundo caído. Sólo seis generaciones después de Adán y Eva, la perfecta relación entre un hombre y una mujer había dado paso a la poligamia. Génesis 4:19 nos dice que Lamec se había casado con dos mujeres, Ada y Zila. La relación de una sola carne, una unidad que no sólo es física sino mental, emocional y espiritual, ya no era posible para un hombre que adquir ía esposas de la misma forma en que adquiría ganado, ovejas u oro. En Génesis 29 conocemos a dos mujeres: Lea y su hermana Raquel, esposas rivales en una relación polígama. Raquel, la más joven, era la niña de los ojos de su esposo. Lea no era amada. ¿Cómo vive una mujer con un hombre que no la ama? Examinar la vida de Lea puede ayudarnos a contestar esa pregunta. Primero conocemos a Lea como instrumento del engaño de otra persona. Jacob había engañado a su hermano Esaú po r su primogenitura y había huido de Canaán a la tierra de sus antepasados. Fue a la casa de su tío Labán, hermano de su madre. Labán lo invitó a vivir con él y a trabajar para él. Veamos la historia tal y como se desarrolla en Génesis 29: Y Labán tenía dos hijas: el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel. Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer. Y Jacob amó a Raquel, y dijo: Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor. Y Labán respondió: Mejor es que te la dé a ti, y no que la dé a otro hombre; quédate conmigo. Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba. Entonces dijo Jacob a Labán: Dame mi mujer, porque mi tiempo se ha cumplido, para unirme a ella. Entonces Labán juntó a todos los varones de aquel lugar, e hizo banquete. Y sucedió que a la noche tomó a Lea su hija, y se la traj o; y él se llegó a ella. Y dio Labán su sierva Zilpa a su hija Lea por criada. Ve nida la mañana, he aquí que era Lea; y Jacob dijo a Labán: ¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado? Y Labán respondió: No se hace así en nuestro lugar, que se dé la menor antes de la mayor. Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el se rvicio que hagas conmigo otros siete años. E hizo Jacob así, y cumplió la semana de aquélla; y él le dio a Raquel su hija por mujer. Y dio Labán a Raquel su hija su si erva Bilha por criada. Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años (29:16-30). Probablemente el primero que le dé pena sea Jacob. Después de todo, un trato es un trato. Él hizo un trato por Raquel, no por Lea. Pero Jacob había sido bastante tramposo también. Había engañado a Isaac, su padre, el cual era ciego, e hizo trampa a su hermano Esaú. O sea que no es que no tuviera culpa ninguna. Sin embargo, nos da pena Jacob. Después de siete años de trabajo pasó por todas las festividades tradicionales para celebrar su boda con Raquel. Esperó en la oscura tienda a que le entregasen a su esposa , en la penumbra vio entrar a una mujer bien cubierta con un velo, y asumió qu e era Raquel. ¡Qué impacto debe haber sentido a la mañana siguiente cuando de scubrió que la poco atractiva Lea había sustituido a la hermosa Raquel! Es fácil concentrarse tanto en sentir lá stima por Jacob que nos olvidemos de lo que debe haber sentido Lea a la maña na siguiente. Algunos comentaristas especulan diciendo que Lea también habí a estado enamorada de Jacob durante esos 7 años, y que estuvo di spuesta a ser cómplice de la treta de su padre. No hay nada en el texto que confirme eso. Independientemente de que haya ido esa noche a la tienda de Jacob como cómplice voluntaria o como hija obediente a su padre, no pudo haber estado muy emocionada a la mañana siguiente cuando Jacob hizo una escena con su suegro Labán. Si Lea había esperado alg una vez el amor de Jacob, si alguna vez se había atrevido a pensar que podía competir con su hermosa hermana, todas sus ilusiones se desvanecieron cuando Jacob mostró su enojo por el engaño. Lea no era amada, ni deseada, ni buscada. Y una semana más tarde fue desplazada cuando Jacob tomó a Raquel para sí. Dudo que haya muchas mujeres hoy día que se hayan casado bajo las mismas circunstancias que Lea. Pero el engaño, de una u otra forma, ha sido parte de muchos noviazgos. Si está casada y pien sa en su propia boda, ¿obtuvo lo que creía que iba a obtener? ¿O se sintió enga ñada por su pareja en alguna forma? La vida puede parecer ciertamente desoladora cuando el engaño y la desilusión estropean desde el principio la relación más importante de nuestra vida. Vivimos en un mundo pecaminoso y construimos relaciones con personas pecadoras. Llevamos nuestra propia maldad a esas relaciones. No es de extrañarse que surjan el engaño y la desilusión. En los versículos 31 y 32, esta triste historia de la no amada Lea cambia de rumbo: «Y vio Jehová que Lea era menospre ciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril. Y concibió Lea, y dio a luz un hijo...» Dios no ignoraba la situación de Lea. Vio el dolor en su corazón e hizo algo al respecto. Le pe rmitió dar un hijo a Jacob. El Dios soberano vio la ne cesidad de Lea y actuó para satisfacerla. Y de paso estaba llevando a cabo su plan para Ja cob y sus descendientes, que incluía la manera en que enviaría a Jesucristo , el Mesías y Redentor, al mundo. Una de las limitaciones de Lea era que no era precisamente una candidata al certamen de Miss Mesopotami a, y tenía una hermana que sí lo era. Raquel era hermosa. Cuando aparece por primera vez en Génesis 29:6-12 es como si saltara de la página, llena de vi talidad y energía. Simpleme nte lo tenía todo. No es sorprendente que Jacob se quedara boqu iabierto cuando la viera ni es de extrañarse que la Biblia nos diga que los siete años que trabajó por ella «le parecieron como pocos días, porque la amaba» (v.20). Y luego tenemos a Lea. Lo único que sabemos de ella es que era de «ojos delicados» (v.17). Para los comentarista s y traductores ha sido muy interesante entender la palabra hebrea que se traduce por «delicados». En realidad no sabemos cómo eran los ojos de Lea. Unos dicen que se estaba quedando ciega y que Labán quería deshacerse de ella rá pidamente antes de que eso sucediese. Una versión de la Biblia traduce la palabra como «tiernos». Hay varias posibilidades. Tal vez Lea sólo tuviera una buena característica: sus hermosos ojos. O quizás sus ojos la afearan tanto que todo lo demás era insignificante. Lo importante es que, independientemente de cómo fuera físicamente, creció a la sombra de una hermosa hermana. ¿Pudo Dios haber creado a Lea tan he rmosa como a Raquel? Claro que sí. Entonces, ¿por qué no lo hizo? Le hubi era ahorrado mucha aflicción. ¿Por qué esperó Dios hasta que Lea fuera la espo sa no amada de Jacob para hacer algo bueno por ella? El profeta Isaías nos recu erda que «como son más altos los cielos que la tierra, así son [Sus] caminos má s altos que vuestros caminos, y [Sus] pensamientos más que vuestros pensam ientos» (55:9). Cuando miramos a Lea más de cerca vemos que si Dios la hubiese hecho tan hermosa como a su hermana Raquel, es muy probable que no se la hubiesen impuesto a Jacob. Si ese hubiera sido el caso, Jacob nunca hubiese tenido los hijo s específicos a través de los cuales Dios obró a favor de Israel y de un mundo caído. Dios a menudo obra en nuestras vidas, no dándonos una situación perfecta, sino demostrando su poder y su amor en nuestras situaciones imperfectas. Obra para nuestro bien permitiendo las luchas en relaciones imperfectas. A Lea no la amaban. Sin embargo, Dios lo vio e hizo que concibiese hijos. No una, sino al menos siete veces. A través de cada una de las ocasiones en que Lea tuvo en sus brazos una nueva criaturita y le puso nombre, podemos ver un poco de cómo pensaba, qué sentía, cu áles eran sus necesidades. En Génesis 29:32, mientras acunaba a su primogénito, Lea «llamó su nombre Rubén, porque dijo: Ha mira do Jehová mi aflicción; ahora, por tanto, me amará mi marido». Poco después «concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Por cuanto oyó Jehová que yo era menospreci ada, me ha dado también éste. Y llamó su nombre Simeón» (v.33). Como si dos hijos no fueran suficientes, «conci bió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos; por tanto, llamó su nombre Leví» (v.34). Tres hijos. ¿Suficiente? Aparentemente no, porque el versículo 35 nos dice: «Concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Esta vez alabaré a Jehová; por esto llamó su nombre Judá; y dejó de dar a luz.» Cuatro varones uno detrás del otro. ¿Se im agina a Lea a la entrada de su tienda un caluroso día de verano en Mesopota mia llamando a sus hijos: «¡Rubén! ¡Simeón! ¡Leví! ¡Judá!»? Observemos cómo progresó la comprensión y la fe de Lea analizando el significado de los nombres de sus hijos.
Rubén: «¡Ved un hijo!» Lea reconoce que Di os vio su aflicción, la hizo concebir, y le dio un hijo. Interpretó ese hecho como la manera en que Dios la ayudaría a ganarse el amor de su marido. Pero, ¿d io resultado? Aparentemente no. Simeón nació probablemente menos de un año después. Simeón: «oír». Lea aún no era amada. El nacimiento de Rubén no había hecho que Jacob la amase. Él seguía teniendo ojos sólo para Raquel. Dios había escuchado los suspiros de Lea, había visto sus lágrimas, había entendido su profundo deseo de tener el amor de Jacob, y le ha bía dado un segundo hijo. Seguro que esta vez Jacob la amaría. Pero, ¿fue así? Una vez más Lea dio a luz un hijo y le pu so Leví, que signific a «unido, junto», y explicó: «Ahora esta vez se unirá mi ma rido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos.» La esperanza es eterna en el corazó n humano. Lea esperaba que cada nuevo hijito produjese alguna diferencia en el matrimonio, que de alguna manera Jacob empezara a amarla como amaba a Raquel. Aún esperaba ocupar un lugar igual al de Raquel en su corazón, por no deci r el primero. Con el paso del tiempo, después del nacimiento de ca da niño, la esperaba se retrasaba y luego se echaba por tierra. Todos sus esfuerzos por ganar el amor de Jacob -con la ayuda de Dios- fueron inútiles. Él seguía teniendo oj os solamente para la hermosa, aunque estéril, Raquel. Muchas esposas hacen hasta lo imposibl e para ganar o mantener el amor de esposos que no les corresponden. Y con la misma frecuencia, al igual que Lea, esa esperanza, que es eterna, se co nvierte en esperanza postergada o defraudada. Es muy difícil vivir en una relación sin sentir un amor profundo, mutuo y comprometido. Todo nuestro ser clama por él. Después de todo, esa fue la intención original de Dios para el matrimonio cuando creó al hombre y a la mujer y los juntó en el Edén. El matrimonio en el Edén no consistía so lamente en tener relaciones sexuales. Era un matrimonio de mentes, de metas, de intereses y de espíritus. Era un matrimonio de dos cuerpos que se hicier on uno para simbolizar toda la unidad que un hombre y una mujer podían experi mentar en todas las dimensiones de su vida en común. Era una unidad total que fue posible sólo en el Edén. en su perfección, Adán y Eva podían tener esa relación. En mi calidad de mujer imperfecta casa da con un hombre imperfecto no puedo tener esa unión total y sin mancha con mi esposo. Mis nece sidades entran en conflicto con las suyas. Sus deseos chocan con los míos. Es fácil desilusionarse de una relación que no puede ser perfecta. Por eso tratamos, anhelamos y deseamos algo mejor. En el mundo de hoy, si pe rdemos la esperanza de lograrlo con el señor Maravilla #1, puede qu e decidamos intentarlo con el señor Maravilla #2 o con el señor Maravilla #3. En una época en la que estamos rodead os de medios de comunicación que consideran el amor romántico la base de los matrimonios sólidos, es difícil aferrarse al hecho de que se puede constr uir un matrimonio magnífico sobre algo que no es el amor. En medio de la desilu sión de sentirse menos amada de lo que a una le gustaría, ¿es posible encontrar recursos para ser feliz en un matrimonio imperfecto?
Examinemos la actitud de Lea cuando naci ó su cuarto hijo. Le puso por nombre Judá, que significa «alabanza». Explicó es e nombre diciendo: «Esta vez, alabaré a Jehová.» Por primera vez al ponerles nomb res a sus hijos, Lea pasó de expresar su anhelo por el amor de Jacob a acepta r y a complacerse en el amor de Dios. La atención de Lea cambió de lo que le faltaba a lo que tenía. Es verdad que las cosas con Jacob seguían igual. Él segu ía soñando con Raquel. Lea no podía cambiarlo, pero sí podía cambiarse a sí misma. Podía cambiar el centro de su atención, podía reconocer la mano de Dios, que le daba significación a su vida. El paso más importante para tener gozo en un matrimonio sin amor es cambiar nuestra atención de lo que no tenemos a lo que sí tenemos. Le a tenía cuatro hijos varones en una época en que los varones lo eran todo. Se dio cuenta de la abundancia de su situación y dijo : «Esta vez, alabaré a Jehová.» Génesis 30 empieza destacando a Raquel: Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el frut o de tu vientre? Y ella dijo: He aquí mi sierva Bilha; llégate a ella, y dará a lu z sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella (vv.1-3). Bilha tuvo un hijo de Jacob que legalmente era hijo de Raquel. Lo sabemos porque fue Raquel quien le puso nombre al niño. Lo llamó Dan y dijo: «Me juzgó Dios, y también oyó mi voz, y me dio un hijo...» (v.6). Si dio resultado una vez, tal vez diera resultado dos veces. Por eso Raquel envió a Bilha a donde Jacob una vez más. La sierva dio a luz otro hijo y Raquel le puso Neftalí, que significa «luchas». Raquel ex plicó la selección de nombres diciendo: «Con luchas de Dios he contendido co n mi hermana, y he vencido...» (v.8). ¿Había vencido realmente? En realidad, la anotación estaba cuatro a dos, a favor de Lea. Pero al ponerse ne rviosa porque su hermana podía estar acercándosele, Lea se lanzó al mismo juego y también di o a su sierva Zilpa a Jacob. Cuando Zilpa dio a luz un hijo, Lea le puso Gad, que significa «fortuna ». Sí, sus riquezas iban en aumento. La anotación era ah ora cinco a dos, aún a favor de Lea. A Raquel le había dado resultado dos vece s. Tal vez le diera resultado a Lea dos veces también. Por eso, ésta envió una vez más a Zilpa a acostarse con Jacob. Zilpa quedó embarazada y dio a luz un hi jo. Lea le puso por nombre Aser, que significa «feliz», y exclamó: «Dichosa de mí; porque las mujeres me llamarán bienaventurada» (v.13, Bi blia de las Américas). ¡Qué cambio! La amada y fa vorecida Raquel estaba de solada. La infeliz y no amada Lea exclamó: ¡Dichosa de mí! Se cambiaron los papeles. La mujer que lo tenía todo al principio estaba llena de envidia y frustració n. La esposa de reemplazo, la que quería tan desesperad amente conocer el am or de su marido, había aprendido a centrarse en lo que tenía, no en lo que le faltaba. Podía decir: «¡Dichosa de mí!» Me alegraría saber que la historia terminó con Génesis 30:13. Lea se oía victoriosa en su matrimonio sin amor. Alabó a Dios por lo que tenía y no se centró en lo que le faltaba. Sería agrada ble pensar que se quedó así el resto de su vida. Pero nuestras batallas raras vece s permanecen invictas. En la rivalidad iaria entre Raquel y Lea, rivalidad que duró toda una vida, la batalla de Lea
contra sus circunstancias, es decir, co ntra un matrimonio sin amor, había de pelearse una y otra vez. Aprendemos mucho acerca de la relación entre las dos hermanas en la historia siguiente: Fue Rubén en tiempo de la siega de los trigos, y halló mandrágoras en el campo, y las trajo a Lea su madre; y dijo Raqu el a Lea: Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo. Y ella respondió: ¿Es poco que hayas tomado mi marido, sino que también te has de llevar las ma ndrágoras de mi hijo? Y dijo Raquel: Pues dormirá contigo esta noche por las mandrágoras de tu hijo. Cuando, pues, Jacob volvía del campo a la tarde, salió Le a a él, y le dijo: Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo. Y durmió con ella aquella noche. Y oyó Dios a Lea; y concibió, y dio a luz el quinto hijo a Jacob. Este incidente demuestra las tensiones diar ias que había en la casa de Jacob. El pequeño Rubén había encontrado unas mand rágoras en el campo. La mandrágora es una planta que produce un fruto amar illo del tamaño de un ciruelo y tiene forma de tomate. A esta fruta le decían la manzana del amor. La gente creía que ayudaba a las mujeres a ser fértiles. La exclamación de Raquel a Jacob al prin cipio de Génesis 30: «Dame hijos, o si no, me muero», revelaba la intensidad de su deseo de tener hijos. Así que podemos entender por qué, cuando vio a Rubén con manzanas de amor, pidió a Lea que le diera algunas. Pero también se comprende la respuesta de Lea: «?Es poco que hayas tomado mi marido, si no que también te has de llevar las mandrágoras de mi hijo?» La relación entre Lea y Raquel seguía afectada por la rivalidad. aquel estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para qu edar embarazada. Lea no podía olvidar que Raquel tenía en sus manos poco cuid adosas el corazón de su esposo. Por tanto, comenzaron a negociar. Al final Raquel consintió en permitir que Jacob durmiera con Lea esa noche a cambio de las mandrágoras. Irónicamente, fue la mujer que no tenía las mandrágoras la que quedó embarazada. La que creía en las cualidades mágicas de aquellas manzanitas de amor seguía siendo estéril. Cuando nació el quinto hijo de Lea le puso por nombre Isacar, que significa «recompensa». Explicó su nombre diciendo : «Dios e ha dado mi recompensa, por cuanto di mi sierva a mi marido» (v.18). Lea vio el nacimiento de Isacar como una recompensa de Dios. Parece que casi inmediatamente Lea concib ió de nuevo y dio a luz el sexto hijo a Jacob, a quien le puso por nombre Zabulón, que significa «honor». Su explicación fue: «Dios me ha favorecido con una buena dote; ahora mi marido vivirá conmigo, porque le he dado seis hijos» (v .20, Biblia de las Américas). [Una nota al margen de la Biblia de las Américas dice que otra posible traducción es: «me honrará». N. del T.] Notemos cómo había aumentado la compre nsión de Lea de la vida. Después que nació su primer hijo dijo: «Ahora me amará mi marido.» De spués que nació el tercer hijo dijo: «Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo.» Y después que nació su sexto hijo había reducido sus expectativas. Sencillamente dijo: «Esta vez me honrará mi marido.» Se estaba volviendo más realista respecto a lo que iba y no iba a suceder en su matrimonio. Un matrimonio sin amor nunca llegará el contentamiento mientras nos aferremos al ideal del amor romántico y perdamos de vista las buenas dádivas que ya
hemos recibido de Di os. Lea se centró en Zabulón pensando que era una «buena dote» de Dios. Habían pasado muchos años desde aquella mañana en que Jacob se despertó y descubrió que la esposa que tenía en su tienda era Lea y no Raquel. Durante todos esos años, Raquel había deseado un hijo más que nada en el mundo. Después de muchos años de espera, con la anotación en nueve (incluyendo a su hija Dina) para Lea y sólo dos para Raquel concebidos por su sierva, Dios escuchó el clamor de Raquel por un hijo y ésta quedó embarazada. Nació su hijo José, y la primera petición de Raquel fue: «A ñádame Jehová otro hijo» (v.24). Dios escuchó su oración, pero con co nsecuencias que ella no pudo haberse imaginado. Para entonces, Jacob había tr abajado para Labán durante 20 años. Un bribón que despojaba a otro bribón. Así, Jacob tomó la decisión de regresar a Canaán con su larga familia de dos espo sas, dos concubinas, diez hijos y una hija. Mientras la familia viajaba hacia el oeste sucedió lo in concebible. Raquel, hacia el final del viaje y embarazada de su segund o hijo, murió en el alumbramiento. Lo que más deseó en el mundo se convirtió en la causa de su separación final del hombre que la amaba. La mujer que tenía todas las razones para ser feliz murió dando a luz a un hijo llamado Benoni, que significa «hijo de mi tristeza» (35:18). Es fácil mirar a una mujer de una belleza asombrosa y el amor eterno que le tiene un hombre y pensar que debe ser la más feliz de todas. Pero fíjese en la tristeza de Raquel, escuche su queja. Muchas ve ces, las cosas no son lo que aparentan ser. ¿Y Lea? Dios sacó soberanamente a su rival del círculo familiar. Raquel había muerto. Lea era ahora la esposa No. 1. No sabemos si Jacob aprendió a amarla más de lo que la amaba en el momento del primer engaño ni cuántos años más vivieron juntos. Sólo sabemos que cuando Lea murió, Jacob la enterró en el sepulcro ancestral, la cueva de Macp ela, donde estaban enterrados Abraham, Sara, Isaac y Rebeca. La honró en su muerte. Al final del libro de Rut, después que Booz venció al pariente más cercano y ganó a Rut como esposa, los ancianos de la ci udad de Belén oraron diciendo: «Jehová haga a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel» (4:11). Lea, la no amada se convirtió en la madre que ayudó a edificar la casa de Israel. De los doce hijos de Jacob que llegaron a ser progenitores de las doce tribus de Israel, seis nacieron de Lea. De la tristeza personal de Lea salieron ricas bendiciones para Israel. Fue Lea quien di o a luz a Judá, de quien provino David, el rey más grande de Israel, y de quien vino el León de la tribu de Judá: nuestro Señor Jesucristo. Lea, la poco atractiva hermana mayor de la hermosa Raquel, vivió en una situación muy difícil, y sobrevivió. Al igual que ella, nosotros también somos personas caídas en un mundo caído. Somo s personas marcadas por la alienación de los demás y de nosotros mismos. La vida raras veces, si acaso, es plenamente satisfactoria. La mayoría de las veces tiene cierto sabor a insatisfacción: no recibimos suficiente am or, ni suficiente cuidado, ni suficiente honor, ni suficiente estima. Tal vez recibamos casi lo suficiente, pero nunca tanto como quisiésemos.
Al igual que Lea, podemos centrarnos en lo que nos falta y ser desgraciados. O, también como Lea, podemos decidir centrarnos en lo que tenemos y disponernos a decir: «Esta vez alabaré a Jehová». ¿Cómo podemos vivir con un esposo que no nos ama? Cambiando el centro de atención. En el proceso, no sólo te rminaremos exclamando, junto con Lea: «¡Dichosa de mí!», sino que tal vez un día descubramos que Dios ha obrado un milagro a través de nuestra tristeza, bend iciendo al mundo a través de nosotras.
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